Jesús, el Camino del Éxito


    Cada uno tiene su idea personal sobre Jesús.
    Por más que se nos enseñe de un modo, guardamos ideas que hemos reunido en nuestra mente por diversas experiencias, que nos han dejado una idea determinada (actual, que puede ir cambiando) sobre el verdadero Jesús de la biblia.
    Philip Yancey, en su libro «El Jesús que nunca conocí«, dice acerca de Jesús:

    «En cuanto al aspecto físico, Jesús estaba a favor de los que hubieran sido excluídos de la mayor parte de las iglesias.
    Entre sus contemporáneos, se había ganado una cierta reputación de «bebedor de vino y glotón».
    Los que poseían autoridad, tanto religiosa como política, lo consideraban como un perturbador, como una amenaza para la paz.
    Habló y actuó como un revolucionario, menospreciando la fama, la familia, los bienes materiales y otros elementos que se utilizaban tradicionalmente para medir el éxito.»

    Es bueno muchas veces someter «nuestra» imagen actual de Cristo a la imagen verdaderamente espiritual y bíblica del Señor.
    Es posible que nos encontremos con sorpresas.
    Muy probablemente estemos aceptando cosas, que a Él le hubieran desagradado, tales como:
  • El «éxito» más allá del fruto;
  • La «imagen externa» en vez de la interior (que es la más valiosa);
  • La «adulación a la autoridad» en lugar de una visión bíblica crítica que controle los excesos de la misma.
    Existen muchas cosas para observar de nuestra «fe».
    El verdadero éxito no consiste en la realización personal en cuanto a aspectos materiales de este mundo, sino que proviene de una relación sin límites, libre y abundante con Aquel que nos ha dado la vida.
    Piénsalo… No estarás perdiendo el tiempo.
    😉

Aunque la higuera no florezca…


Generalmente se suele citar este pasaje en relación a la planta en sí.

La higuera ha sido mencionada junto con la vid en diversos pasajes, símbolo del alimento más común en los tiempos bíblicos del pueblo de Israel.

Leemos en la biblia lo siguiente:

«Y viendo una higuera cerca del camino,  vino a ella,  y no halló nada en ella,  sino hojas solamente;  y le dijo:  Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera.» (Mateo 21:19).

Existen muchos hermanos (aún ministros y líderes) que creen haber alcanzado cierto beneplácito a los ojos de Dios con sus actividades y creatividad evangeloide. Consideran sus obras tan sólidas (y doctrinalmente «tan bien» fundamentadas) que no logran ver la ausencia de frutos, ya que han confundido los frutos que Dios espera, con lo que ellos pueden ofrecer que, muchas veces, es sólo hojarasca.

Dios espera de nosotros fruto. Dichos frutos, serán el alimento para las almas abatidas que nos rodean.

«Mas el fruto del Espíritu es amor,  gozo,  paz,  paciencia,  benignidad,  bondad,  fe, mansedumbre,  templanza;  contra tales cosas no hay ley» (Gálatas 5:22-23).

La prosperidad no es un fruto en sí mismo. Es una añadidura que sólo sirve para que demostremos nuestra generosidad.

De esta añadidura, se han escrito libros y se han enseñado horrores doctrinales. Se ha dejado de lado el evangelio para honrar a la moneda y al billete. Hemos convertido una bendición de Dios en una herejía doctrinal carnal y diabólica.

Si el Señor bendice a alguien, y éste insiste en acumular bienes con el fin de «dar señales al resto de los hermanos de lo mucho que Dios le respalda (y le prospera)», pues, pronto Dios secará esa higuera y la maldecirá pues huele a pudrición.

Nada hemos traído a este mundo y, sin duda, nada podremos llevar. Cuando Dios nos da, es para que demos. Pero con sabiduría y siendo nosotros los que administramos la dádiva.

Qué pena que se siga enseñando que un tercero (llámese líder o ministro) sea quien decida qué hacer con aquello con lo cual Dios nos ha bendecido para ser nosotros mismos un canal de bendición a otros.

Dejar nuestra responsabilidad de bendecir en manos de un tercero (por más confianza que se le pueda tener) es ser un mal administrador. Pues transferimos nuestra tarea a otro, para no tener que tomarnos la molestia de encontrar a quién Dios quiere que seamos de bendición con lo que Él nos dió.

Por otro lado, nos convertimos en una piedra de tropiezo para aquel a quien encargamos este asunto, quien se acostumbra pronto a la holgura de ingresos y se convierte en un avaro que sólo piensa en sí mismo y en sus posesiones, olvidando la familia de Cristo.

La higuera no florece, no da fruto, sólo está generando grandes hojas que parecieran prometer mucho, pero que se quemarán con el fuego pues nada de fruto aprovechable arrojarán.

Por lo tanto,

Aunque «la higuera» no florezca… Con todo,  yo me alegraré en Jehová,  y me gozaré en el Dios de mi salvación.
(Habacuc 3:17a,18).

El que lee, entienda.